La Cordillera Real de Bolivia ofrece
todo un catálogo de grandes ascensiones por encima de los cinco mil
y seis mil metros de altura. Ya desde la Paz se puede ver la
imponente mole de roca y nieve del Illimani asomando por encima de la
marabunta de casas apiñadas de los barrios de la ciudad.
El país tiene una oferta excepcional
de destinos donde el viajero encontrará a buen seguro aventuras a su
medida. En la paradisiaca Isla del Sol, se podrá disfrutar del
particular clima benigno que envuelve a esta zona del Titicaca (el
lago navegable más alto del mundo), de sus vistas tranquilas sobre
agua infinita a cuatro mil metros de altura, de sus templos y de sus
gentes siempre ataviadas con sus coloridos trajes tradicionales. Como
dato curiosos comentar que Bolivia (que ya hace años que perdió su
salida al mar) continúa manteniendo una armada, ya que este inmenso
lago comparte frontera con Perú y Chile.
El Salar de Uyuni
Por otro lado, más al sur nos
encontramos el Salar de Uyuni, una extensión de 10.582 km²
kilómetros cuadrados de pura sal que en algunos puntos alcanza los
ocho metros de espesor. Se pueden contratar excursiones en todo
terreno de uno o tres días por unos precios muy asequibles para el
europeo en el que se incluye transporte, guía, comida y alojamiento.
Decir que fue una experiencia increíble estar en estos bastos
desiertos de sal y arena. Por el camino nos encontraremos con la
insólita Isla del Pescado, llena de cactus milenarios que alcanzan
varios metros altura. También veremos árboles de roca, lagos
colorados, azules y verdes; volcanes de más de seismil metros de
altura; fumarolas volcánicas, geysers, valles infinitos de rocas de
mil formas diferentes y desiertos que evocan a los cuadros de Picasso
(Los Relojes). Dormiremos en hoteles construidos con sal y
disfrutaremos de los cielos estrellados que sólo pueden apreciarse a
tanta altitud. También la altura nos atenazará con el frío de
Uyuni cuando llegue la noche o nos levantemos temprano. Y para los
menos adaptados a las alturas, tendrán que lidiar con las
oscilaciones de altitud durante el trayecto, que van desde los tres
mil a los más de cinco mil metros altura y que probablemente,
dejarán algún desagradable síntoma (dolor de cabeza, nauseas,
cansancio....). Para ello, nada mejor que un buen mate de coca. Como
colofón, un baño en aguas termales a 37ºC nos espera casi al final
del camino en un lugar que ronda varios grados bajo cero. Aunque de
algo de pereza, recomiendo encarecidamente este chapuzón que te
dejará como nuevo.
La carretera de la muerte
Pero no hace falta alejarse mucho de la
Paz para disfrutar de grandes aventuras. Varias empresas ofrecen el
Tour de la Carretera de la Muerte. Dicho tour consiste en el descenso
en bicicleta por una pista (aunque los primeros 23 km es por asfalto)
a través de un recorrido con un desnivel de 3000 metros que va desde
un alto a más de cuatro mil metros de altitud (donde tendremos que
ir bien abrigados), hasta las cálidas inmediaciones de Coroico, a
poco más de mil. Los pedales servirán para apoyar los pies y poco
más. Tendremos que estar atentos porque el recorrido está lleno de
piedras, curvas, cascadas, ríos y cortados que no admiten ningún
despiste. Los guías se encargan de tomar suficientes fotos y vídeos
como para que no tengamos necesidad de sacar nuestras cámaras y así
evitar distracciones mortales. No en vano este circuito tiene ya en
su haber ocho turistas y cuatro guías fallecidos. Al final del
camino, si no hemos podido seguir el ritmo de los demás y nos han
hecho tragar mucho polvo, no hay problema. Nos espera un buen baño
en una piscina y una generosa barbacoa donde reponer las fuerzas y
combatir las altas temperaturas de la selva que domina estas
altitudes.
Pero si buscamos algo más tranquilo,
también podemos acercarnos al Valle de las Ánimas y el Cañon del
Palca donde a través de una sencilla excursión, podremos salir del
tumulto y el caos de la Paz para sumergirnos en la tranquilidad de
éstas áreas rurales que no suelen estar muy frecuentadas por
turistas. Desde la Paz podremos llegar con el transporte público
(los Puma) que en poco más de hora y media nos dejará en
Chasquipampa, donde podremos coger un taxi que nos acerque a Uni.
Desde aquí podemos bajar por una pista evidente hasta el fondo del
Cañón de Palca.A medida que vayamos bajando y con el Illimani
dominando el horizonte, se irán levantando sobre nosotros las
imponentes paredes de arenisca de este impresionante cañón, donde
unas impresionantes columnas con más de 50 metros de altura se alzan
desafiando la gravedad. Pero en esta zona también podemos visitar el
Valle de las Ánimas, conformado por una formación montañosa
también de areniscas que se levanta sobre un collado, dominando la
Paz. Conforme nos acercamos podremos ir apreciando las columnas
esculpidas en las paredes, donde el agua y el viento se han encargado
de dibujar curiosas formaciones errantes. De hecho, el nombre del
valle proviene no sólo por la forma fantasmagórica de sus laderas,
sino también porque en los días de viento (que suele ser la mayoría
en este collado) se oyen murmullos de almas en pena, como
consecuencia del paso del aire por las acanaladuras y resquicios de
la montaña.
La cultura de un país en el que cambiamos el rumbo de su historia
Potosí y la casa de la moneda
Pero Bolivia también tiene otros
lugares que si bien no representan un aventura para el viajero, son
imprescindibles para empaparse de la esencia de un país que tuvo en
su seno la ciudad más rica del mundo. Por ello es de obligada visita
la ciudad de Potosí y su casa de la moneda. Allí podremos ver
gráficamente cómo desde hace más de 500 años que el dinero mueve
el mundo. La obra de ingeniería desplegada para acuñar monedas
españolas es espectacular para la época. Toda la maquinaria que hay
allí tardó 14 meses en transportarse, cruzando el atlántico y
parte del continente. También aprenderemos algo de la historia de
las monedas, de la avaricia de la corona española, de los esclavos
que trabajaban día y noche fundiendo metales cuyos vapores les
causaban más pronto que tarde la muerte, del origen del símbolo
del dinero ($) y de otras cuestiones que sonrojarán a aquellos
paisanos que inviertan su tiempo en escuchar las explicaciones del
guía.
Las minas de Cerro Rico
Pero si esta es la parte más pudiente de esta ciudad y nos habla de las riquezas de un imperio, también tenemos obligación de visitar el otro lado de la moneda y de la ciudad: las minas de Cerro Rico. Estas minas han sido explotadas (o más bien expoliadas) desde que se colonizaron los territorios indígenas y hoy en día, gracias a la lucha de la clase minera, han conseguido mantener la autonomía en la explotación mediante la constitución de una cooperativa. Así que los mineros de Cerro Rico no trabajan para nadie, sino para sí mismos. Esto tiene un lado positivo, pero también un lado negativo en un país tan pobre: las condiciones de trabajo son terribles. Para conocerlas, lo mejor es contratar una visita guiada que por unos 100 bolivianos nos permitirá conocer de primera mano las condiciones de trabajo de la mina. Antes de entrar, pasaremos a comprar detalles para los mineros: desde cartuchos de dinamita, cascos, botas, hasta hoja de coca o refrescos. Estas dos últimas cosas es lo que recomiendan llevar durante la visita, y regalarlo a los mineros que nos encontremos. Pero no va a ser una visita agradable. Cerro Rico se encuentra a casi cuatro mil metros de altura y hace un frío considerable en las inmediaciones de la mina. Pero conforme nos vayamos adentrando en sus galerías la temperatura irá subiendo. Al principio será cálida, hasta confortable... pero pronto la temperatura y los vapores de sulfuros comenzarán a hacernos sudar y a dificultar nuestra respiración, la cual se irá acelerando conforme avancemos por las estrechas galerías sumidas en la oscuridad (en algunos puntos no llegan al metro de altura) mientras observamos los precarios entibados de las paredes y techos (con algunos maderos partidos ya de la presión), esquivamos las carretillas de hierro armado que cruzan a toda velocidad empujadas a mano por los mineros o tratamos de no resbalar y caer en los tramos inundados de las galerías. Cuando lleguemos al punto donde trabajan los mineros, ya hará tiempo que tendremos ganas de salir mientras recorre nuestra frente una espesa película de sudor. Si teneis suerte como fue en nuestro caso, podreis ser testigos de cómo realizan los trabajos de excavación, consistentes principalmente en detonaciones con dinamita y mecha clásica.
Hasta siete cartuchos vimos colocar de forma secuencial. Una vez estuvo todo listo, nos alejamos unas cuantas curvas hasta que empezó el festival dedetonaciones. Una, dos, tres... hasta siete. Apenas hacían un ruido sordo, casi imperceptible, pero que martilleaba en los tímpanos por la sobrepresión repentina de cada detonación. Dos horas duró la visita, suficiente para conocer de primera mano las condiciones de aquellos mineros bolivianos de Cerro Rico. Antes de salir visitamos al “Tío” que es como llaman al dios de la mina. Se trata de un auténtico engendro, confeccionado con barro y pintado de vivos colores, dotado con un erecto pene de unos 40 centímetros y sentado a horcajadas (con tanto miembro no podría ser de otra manera) en una de las galerías de la mina. Con las manos palma arriba, dispuesto a recoger las ofrendas de tabaco, coca y alcohol que ofrecen los mineros, el “Tío” cuida de la vida de los mineros y les previene de las adversidades. Para ello, le colocan un cigarro en la boca. Si el “Tío” fuma y el cigarro se consume hasta el final, ese será un bien día. Por el contrario, si el cigarro se apaga, cualquier cosa podrá pasar ese día. Para terminar el rito y las plegarias al “Tío”, se brinda con un chupito de alcohol... pero no vale un orujito normal. Se trata de alcohol de 99º que te deja la garganta como un brasero. Si sobrevivimos al brindis del “Tío”, podemos continuar nuestro retorno hasta el exterior. Al margen del tono más o menos desenfadado de la visita, la realidad es muy cruda. Muchos de los mineros son menores de edad. Trabajan a turnos de 12 horas y muchos de ellos mueren por silicosis., aparte del riesgo de trabajar en una mina que como ya nos dijo la guía que nos acompañó en la casa de la moneda “está al borde del colapso”
Para desengrasar la visita a las minas,
recomiendo volver a La Paz vía Sucre, la capital de Bolivia, donde
podremos disfrutar de la activa vida nocturna de la ciudad o visitar
el espectacular mercado central.
Las montañas de Bolivia
Pero Bolivia ofrece la gran aventura
para aquellos montañeros que desean desafiar la barrera de los 6.000
metros de altura. Son varios picos los que coronan el cielo a esas
alturas. El volcán de Sajama representa la mayor altitud del país,
con 6,458 metros. Pero en la Cordillera Real, es el Illimani el que
alcanza la máxima altitud con sus 6.438 metros. También están el
Illampú, Ancohuma, Parinacota... pero sin ninguna duda es el Huayna
Potosí el seismil más famoso de todos por su accesibilidad.
En la calle Sagarnaga de la Paz podemos
encontrar múltiples agencias que ofrecen expediciones guiadas a la
cumbre de este pico. La infraestructura creada alrededor, las
carecterísticas de la zona y el saber hacer de muchos años han
permitido consolidar esta ascensión y ofertarla como una de las
grandes actividades del país. Y es que se trata de uno de los
seismiles más accesibles y el más económico del planeta. Por unos
1200 bolivianos (unos 170€) nos proporcionarán la infraestructura
necesaria para afrontar esta aventura. Pero no hay que olvidar algo
muy importante: a la cumbre llega uno con sus patitas, por mucho que
te faciliten todo lo demás.
El Huayna Potosí
Mi compañero Nitu y yo habíamos
contactado previamente con la agencia Huayna Potosí, a través de
unas recomendaciones de unos amigos. La agencia está regentada por
Hugo Berrios, un experimentado alpinista sexagenario que además es
médico de emergencias, lo cual nos pareció muy interesante. El
ratio de esta agencia (desconozco el de las demás) es de un guía
por cada dos clientes. Íbamos a dedicar una semana entera a subir
varios picos. El Huayna era el más alto de ellos, pero en la lista
también estaba el Pequeño Alpamayo y el Pico Austria. Lo dejamos
todo cerrado para empezar unos 12 días después de nuestra llegada.
Nuestra idea era aclimatarnos primero a la altitud visitando
diferentes rincones del país, el cual se encuentra sobre el segundo
altiplano de mayor altura del planeta. Así lo hicimos. Estuvimos en
Uyuni, Potosí, Sucre, el Valle de las Ánimas... hasta que por fin
el lunes quedamos en la agencia para preparar el material.
En la
agencia disponen de todo necesario para realizar la ascensión, desde
el material más técnico, como son piolets o crampones, hasta la
vestimenta. Nosotros decidimos llevarnos la vestimenta desde España
y recurrir al prestamo del material técnico a través de la agencia
y así no sobrecargar los equipajes. Mi recomendación no obstante es
que si se va de propio a Bolivia a hacer montaña, se lleve todo el
material personal posible (si se dispone de él), ya que la calidad
de la ropa y del material técnico es muy variable.
La ascensión se articula en tres
jornadas. La primera subes en coche al refugio de la agencia, que se
encuentra a unos 4.700 metros. Esta en particular tiene el suyo
propio (Refugio Huayna Potosí). Esa misma tarde haces una práctica
en el glaciar viejo para familiarizarte con el material técnico y
las maniobras básicas de progresión glaciar. También la excursión
(de unas 3 horas en total) sirve para aclimatar. Por la tarde se
regresa al refugio y se cena. Al día siguiente desayunas y con la
calma preparas la mochila. Se come y se parte antes de las 14h, con
el objetivo de llegar a media tarde al Campo Alto (5.300 metros). La
tercera jornada empieza a media noche. A las 00:00 am te levantas,
desayunas y sales hacia la cumbre. Si todo va bien, se hace cumbre al
amanecer. Ese mismo día regresas al refugio y a la Paz.
Nuestra ascensión
Nuestra ascensión más o menos siguió
el mismo patrón, aunque con los detalles que comentaré a
continuación.
Cuando llegamos al refugio de Huayna
Potosí, la zona estaba más o menos como uno espera. No había nieve
todavía y el enclave, rodeado de un embalse de agua, permitía
disfrutar de un paisaje más o menos bucólico. Sin embargo las nubes
ya habían envuelto el Huayna y no dejaban ver más allá de las
montañas más inmediatas. Nuestro guía asignado se llamaba Roque,
un quechua de unos treinta y pico años, bastante alto para ser
boliviano y de carácter tranquilo. La excursión al glaciar
transcurrió con normalidad, aunque ya allí empezaron a caer los
primero copos de nieve. Nada alarmante. Realizamos las prácticas con
bastante soltura, ya que Nitu y yo teníamos experiencia previa en
alpinismo en las montañas del pirineo. Regresamos a buena hora hacia
el refugio. Durante la vuelta empezaron a escucharse los primeros
truenos y poco después empezó a llover.
No paró en toda la tarde y conforme
se acercaba la noche, aquella lluvia empezó a transformarse en nieve
que fue cuajando alrededor del refugio, transformando por completo el
paisaje que teníamos alrededor. La nieve vistió de blanco cada
rincón. Sin embargo, todavía guardábamos la esperanza de que
aquello fuera algo pasajero, tal y como aseguraban los guías.
Pero de pasajero, nada. Durante la
noche siguió nevando con intensidad y soplando un fuerte viento.
Amaneció con una densa niebla y con varios centímetros de nieve
alrededor del refugio. Desayunamos tal y como estaba previsto y
preparamos el material. Sin embargo Nitu y yo nos mirábamos con cara
de pocker. Con ese temporal ahí fuera nos parecía una osadía
intentar la ascensión de un seis mil, pero sin embargo los guías
parecían estar tranquilos. Nos acompañaban un grupo de 8 jóvenes
de venti pocos años, algunos de los cuales no tenían ninguna
experiencia en montaña y mimetizaban su ánimo con el de los guías.
Pero nosotros teníamos un handycap: nuestra experiencia, aquella con
las que habíamos aprendido a ser prudentes y a renunciar cuando las
condiciones lo aconsejaran. Y aquello parecía estar más claro que
el agua. Sabíamos que hasta el campo alto podríamos llegar, ya que
no se encontraba demasiado lejos y la nieve no supondria hasta ese
punto un riesgo ni un obstáculo. Pero nos preocupaba las ascensión
a la cumbre, ya que esperábamos que la nieve acumulada alcanzara
mucho mayor espesor, dificultando la progresión e incrementando el
riesgo de alud. A parte, el riesgo que suponía que la nieve hubiera
tapado las grietas del glaciar y aumentara también en ese sentido,
el riesgo de la travesía, aunque en eso confiabamos en el criterio
de los guías.
Finalmente, ante un temporal que no
cesaba, los guías nos dijeron que a las 14h partiríamos hacia el
Campo Alto, independientemente de cómo estuviera el tiempo. Si
mejoraba antes, saldríamos antes. A eso de las 13:40 paró
momentáneamente la nieve y salimos a toda prisa. Comenzamos a
caminar bordeando el embalse y siguiendo la morrena del glaciar viejo
hasta llegar a una caseta donde había un hombre encargado de cobrar
50 bolivianos. En aquel momento la nieve caía de nuevo
abundantemente. Continuamos ascendiendo a buen ritmo por un sendero
de piedra que en aquel momento se encontraba ya con un palmo de
nieve. Menos de tres horas aproximadamente nos costó alcanzar el
campo alto. En aquel momento empecé a sentir los primeros síntomas
del mal de altura: cansancio, cefalea y nauseas. El Campo Alto
consistía en un habítáculo con dos hileras de literas y con
capacidad para 10 personas. Como pudimos nos organizamos y yo me metí
en un rincón para descansar y sufrir mi calvario particular. Ante
aquel panorama, decidí tomarme un Edemox (acetazolamida) y empecé a
beber mucha agua. Pero mi estómago se encontraba totalmente cerrado
y no fui capaz de tomar nada para cenar. Pensé que mi ascensión
había terminado en el Campo Alto. En esas condiciones no era sensato
emprender el camino hacia la cima. Además, podía echar a perder la
ascensión de Nitu, ya que el guía se vería en la obligación de
volver con los dos.
Pero durante la noche empecé a
encontrarme mucho mejor. El dolor de cabeza desapareció casi por
completo al igual que las nauseas, aunque no recuperé el apetito.
Cuando nos levantamos me sentía bastante bien y sin motivos para
quedarme, así que decidí emprender la ascensión.
Salimos del refugio a la 1 am, en mitad
de la oscuridad. No habían estrellas y la nieve había tapado
cualquier rastro de huella. Comenzamos la travesía bordeando una
ladera cubierta totalmente de nieve recién caída y con cierta
pendiente. En aquel momento íbamos abriendo huella nuestra cordada
(Nitu, Roque y un servidor) y aquel escenario nos transmitía una
profunda desconfianza. Había puntos donde la nieve alcanzaba los 50
cm de profundidad. Al final optamos por no pensar demasiado y confiar
en el criterio de los guías, los cuales nos habían asegurado que no
era la primera vez que afrontaban la cumbre en esas condiciones y con
éxito.
Durante el camino cruzamos pocas
palabras. Los copos de nieve caían brillando con la luz de las frontales. Toda mi concentración estaba depositada en respirar
profundamente. La baja presión parcial del oxígeno a esas alturas
recomienda realizar respiraciones profundas y retener el aire unos
instantes para optimizar la difusión en nuestros alveolos. El
proceso de adaptación a la altura es complejo y no se limita
exclusivamente a aumentar los glóbulos rojos de la sangre (que suele
hacerlo incrementando un 1% por semana). Digamos que esa es la
consecuencia final. El proceso de adaptación o aclimatación empieza
con la hiperventilazión pulmonar, seguido de un aumento de la
concentración de hemoglobina en sangre que al principio se consigue
por concentración (nuestra sangre se vuelve más espesa) y después
por la producción de mayor hemoglobina. También se aumenta la
capacidad difusora de los pulmones, se incrementa la riqueza vascular
de los tejidos y finalmente, aumenta la capacidad de las células
para utilizar oxígeno en bajas presiones. Todo un proceso que lleva
entre 4 y 8 semanas, frente a los 12 días que llevábamos haciendo
turismo a alturas algo más bajas. Para que nos hagamos una idea, a
6.000 metros de altura, la cantidad de Oxígeno se reduce a un 47%
del que hay a nivel del mar. Esto es debido a que la baja presión
produce una expansión de los gases, como el aire. Aunque la
composición no varía y mantiene un 21% de O2, la cantidad de
moléculas por unidad de volumen disminuye a menos de la mitad.
Por eso nuestro paso era lento pero
continuo. Las luces del resto de cordadas titilaban delante y detrás de nosotros. Al ser en total 15 personas, nos turnábamos abriendo
huella. Los guías, acostumbrados a estas ascensiones y bien
aclimatados, hacían gala de una fortaleza extraordinaria, abriendo
camino y liderando las cordadas. Estaban en otra dimensión.
Tras superar un tramo más o menos llano, pasamos a cortar la ladera a 90º, aumentando la pendiente. Superamos varias grietas a las que llegamos a ciegas y en el punto clave gracias al talento e intuición de los guías, que se conocían el terreno como la palma de la mano. Después, una pala de 50º nos dejó en la planicie de la antecima. La nieve aquí tenía ya menos espesor y el viento arreciaba con fuerza mientras despuntaban las primeras luces del amanecer.
A lo lejos, Roque nos señalaba la
cumbre de Huayna, pero yo sólo veía siluetas abstractas que
resaltaban débilmente en la oscuridad. Me costaba horrores levantar
la cabeza después de 5 horas caminando en un estado continuo de
hipoxia. Pero por fin la cumbre comenzó a desvelarse claramente
delante de nosotros. A nuestra izquierda, una pirámide de nieve,
hielo y roca bien definida ponía fin a la montaña. Por delante
todavía nos quedaba lo más difícil. Para alcanzarla había que
superar un resalte de unos 60º que nos depositaba en la antecima
donde se iniciaba la estrecha cresta cimera. Arriba arreciaba el
viento y Roque nos dijo que lo más seguro era subir solo a la
antecima. Poco a poco fuimos subiendo mientras las otras cordadas
tanteaban aquella cresta. Cuando llegamos a la antecima, un par
habían alcanzado la cumbre, así que decidimos echar el resto y
culminar aquella ascensión. Tras unos 20 minutos haciendo
equilibrios entre la nieve, llegamos al punto más alto del Huayna
Potosí. Estábamos en la cima, a 6.088 metros de altura.