Para Nacho fue su primera invernal, aunque para los 4 fue una experiencia excepcional, mucho más dura de lo que esperábamos. El agua, fría como el demonio y desapacible como el infierno, el ambiente alpino y solitario siempre presente, el viento insistente de las cascadas, el hielo cubriéndolo todo… la calma y serenidad del barranquismo invernal que conocía quedó en otra dimensión.
El día siguiente lo pasamos en una llite donde echamos el día. Aprovechamos para tender el material, secar algo de ropa y reponernos del frío. La mañana despejada apaciguó los ánimos y templó las mentes. No se piensa igual tras una huida a la desesperada que con un café con leche calentito entre las manos.
Curiosas formaciones heladas cuelgan de las ramas sobre el cauce
Si de algo sirvió Freissinieres fue para concienciarnos de lo que nos podía esperar en Suiza. Y la verdad es que no se todavía si eso fue algo positivo. De cualquier forma, fue una cura de humildad que nos inyectó mucho respeto en el cuerpo. Aunque el barranquismo carece de las dificultades del alpinismo, el ambiente extremo que envuelve este tipo de descenso le devuelve la seriedad que muchos pensábamos que se había perdido definitivamente. Rapelar deja de ser lo importante.
Tras abandonar Freisieneres, nos dirijimos hacia les Oules du Diable. Buscamos dónde dormir por el pueblo y al final encontramos un acojedor apartamento que nos hizo olvidar la experiencia de dos días atrás.
De camino a Oules du Diable
Por la mañana temprano desayunamos y ultimamos los preparativos del descenso. Eso sí… esta vez nos cambiamos dentro del apartamento, al calor de los radiadores.
Un cartel nos da la bienvenida al barranco
Enfundados entre neoprenos y forros polares, nos dirijimos con decisión hacia la cabecera de Oules du Diable. Tras bajar del coche, descendimos sin titubeos hacia el cauce. Pero nuestro paso firme fue perdiendo brío conforme nos acercábamos al puente.
Punto de partida del descenso
Mucho ruido, mucha agua y mucha espuma. Comienza el baile de miradas entre unos y otros… nadie lo tiene claro, lo que es suficiente indicio como para declarar el descenso como inabordable.
Nacho y Jorge, valorando el caudal
Algunos pasajes del descenso dan bastante respeto
Mucha espuma y mucho frío...
Quizás en otras ocasiones, donde no tienes a nadie con quien cotejar tus impresiones es más difícil renunciar, pero cuando no eres el único… hay que entenderlo como una señal bastante clara.
Oules du Diable, aguas arriba
Vista general de la amplia cuenca que alimenta el cañón
Tras cotejar el caudal con una foto de la guia, llegamos a la conclusión de que llevaba aproximadamente el doble de lo normal. Suficiente como para cambiar el neopreno por un pantalón, y el arnés por una cámara de fotos.
La osada aventura del día se transformó en una tranquilo paseo por los alrededores… pero con la conciencia muy tranquila.
Puente sobre les Oules, aguas arriba
Continuamos ya nuestro camino hacia Suiza. Al pasar por la Meije, el caudal que observamos desde la carretera nos invita a seguir nuestro viaje. Próxima parada: Laussane (Suiza).
De camino hacia Suiza
Meije, vista desde la carretera
En Laussane nos espera Anna, una amiga de Nacho que nos acoge muy amablemente en su casa. Mientras cenamos, echamos un vistazo al tiempo. Los primeros copos de nieve están comenzando a caer en la ciudad, algo de lo que nos informa entusiasmada una amiga de Anna.
Trolebus en Laussane
Nuestras caras reflejan todo lo contrario. Los pronósticos del tiempo son poco alentadores. Dan probabilidad de nieve durante los próximos días, aunque sabemos que sólo la nevada de esa noche es suficiente como para derribar definitivamente nuestros planes. Las llamadas que hacemos a España no hacen más que confirmar los peores augurios. Resignados, nos dejamos llevar de la mano de Anna y su amiga, descubriéndonos una estupenda cervecería de Suiza donde tomamos unas rondas que alivian en parte nuestro ánimo. Y como suele ocurrir, es con una copa en la mano cuando decidimos continuar hacia Trummelbach. Ya que estamos tan cerca, que menos que confirmar con nuestros propios ojos la imposibilidad de afrontar el descenso. Así que por la mañana temprano, tras despedirnos de Anna, continuamos nuestro camino hacia el macizo del Eiger, sin esperanza alguna de conseguir nada, con la única intención de regresar a casa con la conciencia tranquila.
Próximo destino: Trummelbach