El principal atractivo de los corredores está en las posibilidades que ofrece la escalada por terreno mixto, es decir, por nieve, hielo y roca. Al discurrir por un pasillo rocoso, las paredes del corredor ofrecen variadas alternativas de aseguramiento a través de empotradores mecánicos, fisureros, clavos o puentes de roca. Pero a su vez, el piso está conformado normalmente por palas de nieve o hielo, dado que en estos lugares se mantienen a bajas temperaturas, lo que también nos permite instalar otro tipo de aseguramientos como tornillos de hielo, palas o estacas. Como veis, estas vías tienen muchas posibilidades de progresión, lo que obliga al primero de cordada a ir abriendo camino echando mano de su imaginación y su bagaje técnico. La mayor o menor pericia permitirá que la vía se ejecute en tiempos relativamente cortos… o por el contrario, muy dilatados.
Al cruzar el río, la pista desaparece entre el bosque de pinos. Llega el momento de abrir huella. Nos vamos turnando cada 15 minutos en una tediosa progresión que va sumando cota muy lentamente. Al principio el camino discurre paralelo al río sin apenas ganar desnivel, hasta que finalmente nos desviamos a la derecha en busca de la cabaña del Clot, donde nos detenemos.
Las fuerzas van justas y las mochilas cada vez pesan más, así que mientras recuperamos el aliento, nos enzarzamos en un debate desapasionado sobre las opciones que tenemos. Son las 16h y el estado de la nieve no puede ser peor. Me recuerda al programa de humor amarillo, la prueba esa de las hamburquesas flotantes donde si pisas la falsa, vas sin remedio al agua. Pues aquí pasa lo mismo, solo que en vez de caer al agua, te hundes en la nieve hasta la médula… y salir se convierte en toda una odisea.
1 a.m. Los Rolling, puntuales como siempre, suenan al ritmo de “Satisfaction”… Es hora de levantarse. Desde que hemos llegado al Clot, no hemos parado de fundir nieve para beber agua. Hemos dejado un litro preparado para el desayuno y un par más para el camino hasta la cumbre. Pero es agua que no aplaca la sed. Con la garganta todavía reseca, desayunamos un rico paladin a la taza y alguna rebanada con mantequilla. Terminamos de preparar las mochilas de ataque y salimos de la cabaña sobre las 2 a.m.
La noche es inmejorable. La luna ha salido hace apenas unos minutos y no mueve el aire. La calma es absoluta, interrumpida únicamente por nuestras pisadas, acompañadas más tarde de nuestro jadeo. Vamos abriendo huella en mitad de la noche, surcando la marea de pinos y abedules. Las temperaturas siguen siendo altas, un par de grados por encima de cero, lo que complica el avance por la nieve, la cual sigue sin compactarse. Tras una hora de marcha, el altímetro nos desespera. La nieve sigue sin dar tregua y la cota sube muy lentamente. Por fin damos con unos llanos, a unos 2300 metros. El bosque se abre para dar paso a una loma nevada de capa consistente que nos permite progresar por fin a un ritmo razonable. Tras enlazar varias aristas, conectamos con el “plateau cimero”. Son las 6 a.m. y parece que pese a todo vamos a llegar en tiempo. Todavía la luna se impone al alba, así que en un último esfuerzo, cruzamos el glaciar hasta llegar a la base de corredor Jean Arlaud. Estamos exhaustos… y sorprendidos de haber llegado a la hora.
Las primeras luces del amanecer iluminan el valle. De repente, escucho un zumbido, que en segundos se acompaña de otros silbidos más agudos. El corredor nos da la bienvenida con un inesperado desprendimiento de rocas que caen por doquier. Por fortuna son de pequeño tamaño y provienen de cornisas algo alejadas del corredor. Queda en una anécdota.
Iniciamos el primer largo desencordados y en una repisa nos calzamos el equipo. Decidimos que abra yo la vía que voy más fresco.
Los primeros tramos del corredor son secos. Apenas unas láminas de verglas recuerdan que estamos a 3.000 metros de altura. En un dry tooling salvamos los primeros largos. El cansancio ha hecho mella y la progresión es lenta. Las condiciones del corredor no son las más favorables, y aunque el terreno mixto tiene su atractivo, avanzamos asegurando todos los largos. Por fin algo de hielo se divisa en un resalte. Me acerco para meter unos tornillos, pero la calidad es mala y el espesor insuficiente. Aún así monto reunión y seguimos avanzando. A partir de este punto la cosa parece que mejora. Hay más nieve y los tramos de hielo son de un espesor aceptable. Un último resalte en roca, supone la última dificultad en seco. Después, nieve y hielo en mayor o menor abundancia nos conducen hasta la apoteósica salida del corredor. Creo que tengo mi mano izquierda algo helada. Miro el reloj… son las 13h. Llevamos cerca de 6 horas metidos en el corredor. Por fin el sol me da en toda la cara… ufff, que alivio. Mi mano empieza a escocerme, señal de que de nuevo la sangre vuelve a irrigar. Hay gente en la cumbre que ha accedido desde Angel Orús con esquís, casi la única forma sensata de acceder estos días a la cumbre. Saco el agua para dar un ultimo trago, y me encuentro con sorpresa pequeños cubitos de hielo flotando en su interior.
Ya casi en los coches, unos prioritarios nos esperan. La Guardia Civil nos espera tras recibir un aviso pues estamos todavía en el pirineo, cuando ya debíamos estar cenando junto al mediterráneo.
Víctor también ha padecido el frío en sus pies, y todavía hoy, dos días después, tiene un poco de enrojecimiento e hinchazón en los dedos.
El improvisado non-stop del corredor Jean Arlaud tardará en ser olvidado.