martes, 1 de mayo de 2018

Puente 1 de mayo en Navarra


- Mitad de primavera y las pésimas condiciones meteorológicas en Ordesa me obligan a cambiar de plan en el último minuto, por lo que me embarco en la aventura Tracaletera a los más conocidos barrancos de Navarra. El gran Roberto Ayala dirige la expedición, así que tras contactar con él y ultimar algunos detalles dejamos la cálida Valencia para dirigirnos a tierras más frías.
El grupo quedó configurado por 8 ávidos deportistas, Felix, Minerva, Miguel Ángel, Roberto, Ana, Jose Ángel, Silvia y el guapísimo, majísimo, ingeniosísimo y divertidísimo Jorge Calpe, con un plan para viajar en tres vehículos, ya que logísticamente era lo más óptimo. 
Nos encontramos en el camping Arantz la noche del viernes 28 de mayo 2018 y tras los pertinentes intercambios de besos, abrazos, y caricias variadas, directamente nos dispusimos a dormir y prepararnos para la jarana.
El sábado amaneció nublado y con lluvia ligera cumpliendo así con las previsiones meteorológicas, por lo que sin esperar grandes chubascos decidimos que aunque no era lo más deseable seguiríamos adelante con el plan de descender el archiconocido Artazulo.
Salimos con los tres vehículos al punto de retorno, donde dejamos uno de ellos y con los otros dos nos dirigimos a la cabecera para vestirnos con el traje de luces entrar al ataque. 


Al llegar al cauce pudimos confirmar que el caudal era acorde con la información que nos habían facilitado previamente, por lo que no cabía esperar tener problemas por movimientos peligrosos, sin embargo, para nuestro pesar nos encontramos con otro grupo delante que nos retrasó ligeramente antes de poder empezar a montar cuerdas, pero cuando nos llegó el turno, salió todo a pedir de boca. No empezó nada mal el primer rapel, con sus 33 metros de caída, la mitad de ellos volados te pone las pilas, a continuación tocaba superar un tramo de unos 200m de cauce sin interés deportivo, y después de esto, las formaciones en los pliegues de estratos, marmitas y resto de rápeles hacen honor a la fama de este descenso. Como punto más destacable, sin duda la última vertical con 45m, la mitad de ellos también volados en el gran circo final.








- Tras este descenso teníamos intención de atacarle al modesto Licebar, y dado que la lluvia nos estaba respetando, allá que nos dirigimos.
De nuevo teníamos la opción de combinar vehículos para ahorrar algo de pateo, por lo que siguiendo las indicaciones del GPS de Rober, conseguimos llegar al cauce por un sendero inexistente y jabalineando de vez en cuando.
En este barranco ya no corría el agua, aunque nos constaba que había dejado de hacerlo muy recientemente y por lo tanto las pozas estaban llenas, así que ataviados con el equipo completo iniciamos el descenso.





Nos quedamos un tanto despagados con este descenso, ya que los rápeles no tenían demasiado interés, a excepción del gran salto de más de 60m que supera una marmita colgada en una preciosa olla revestida de verdín, sin embargo para rellenar la tarde quedó un día muy completo.
A la salida del Licebar llegamos de nuevo a la base del último rapel del Artazulo que habíamos descendido por la mañana, y de nuevo pudimos admirar su magnificencia.
- El segundo día la meteo auguraba una ligera mejoría, y aunque seguíamos teniendo temperaturas frías, acertaron con la lluvia.
Nuestra aventura esta vez pretendía ser la de descender el barranco Diablozulo, que con sus múltiples rápeles muy próximos entre sí confieren al cañón un carácter notablemente vertical y destacable estética.
Al igual que el día anterior dejamos un vehículo en la salida del barranco y con los otros dos nos dirigimos a la cabecera, para lo que una de las conductoras tuvo la brillante idea de adentrarse en un campo enfangado para dar la vuelta, y como no podía ser de otra forma, la furgo se quedó atascada, por lo que tuvo que acudir al rescate la asistencia humana. Afortunadamente no costó mucho salir del atolladero y pudimos continuar con el plan sin más drama.

Al llegar al cauce pudimos ver que el caudal era el que esperábamos encontrar, sin complicaciones. El descenso fue relativamente rápido para tratarse de un grupo de 8 personas, ya que no tuvimos ningún incidente con las maniobras ni tampoco encontramos tráfico en el interior.



En esta ocasión también hubo unanimidad en cuanto a que había sido un barranco disfrutado por todos.



Al terminar el barranco Félix y Minerva debían abandonar la expedición para volver a Valencia, por lo que nos despedimos y el resto del equipo volvimos al camping para regalarnos una merecida siesta.
- Día tres: Tras dos jornadas de actividad, la rodilla de Ana estaba un tanto tocada, sin embargo, adentrarse en la cueva de la Leze era la actividad que más le motivaba de todas las programadas, por lo que hizo de tripas corazón y decidió acompañarnos en la aventura.
El tremendo frío que hacía esa mañana terminó minando la moral de Silvia que se descolgó del grupo. Quedábamos cinco para entrarle a la Leze, y allá que fuimos.
Hicimos una aproximación distinta a la habitual y no resultó fácil. 



Finalmente llegamos a la cabecera y desde allí, ya en nuestro medio, todo fue coser y cantar. Un rápel, dos, tres… y así hasta la salida rebajando considerablemente el tiempo reseñado para este descenso, y sin que por avería ni batería se apagara ningún frontal!!








Por la tarde pretendíamos dar una vuelta por Pamplona, pero conforme nos acercábamos a la ciudad, el oscuro nubarrón que la cubría descargaba cada vez con más fuerza, incluso con pedrisco, así que nos dimos la vuelta y volvimos al campo base para completar el día con unas birras en la taberna del pueblo, amenizadas además por juegos de ingenio, y un par de partidas de dardos que terminaron casi en pelea por el mal perder y las triquiñuelas de una compañera cuyo nombre empieza por S y termina por ilvia, pero prefiero obviar para evitar represalias. Tras el aperitivo dimos paso a la suculenta cena que nos esperaba en un reconocido restaurante de la zona. 


- El último día amaneció radiante con el solazo propio de la primavera que tanto extrañábamos. Pusimos rumbo a Fago a completar el viaje con un descenso que algunos ya conocían.
Al llegar al parking de cabecera nos apenó ver un grupo que ya se estaba cambiando y que probablemente entraría antes que nosotros, sin embargo, enseguida vimos que se lo estaban tomando con calma y nos pusimos las pilas para tratar de pasar delante, cosa que finalmente conseguimos. 

 
Al bajar al cauce vimos que el caudal era un tanto alto, hasta el punto de que nos encontramos con una pareja de chavales que se habían dado la vuelta asustados por el rugido en el primer rapel, pero puesto que teníamos constancia que ya llevaba semanas descendiéndose, y aunque iba fuerte, todavía no lo veíamos peligroso, preferimos ver la situación con nuestros propios ojos.

Efectivamente en el primer rapel había un movimiento que desde arriba parecía un rebufo y no invitaba a meterse dentro, sin embargo lo pudimos evitar sin problemas, y a partir de este punto, disfrutamos de los saltos y rápeles que nos brindó el barranco sin ningún incidente, resultando un descenso muy acuático e interesante.







Volvimos al coche tras una caminata por el cauce del río sin interés deportivo desde el último salto, comimos algo y pusimos rumbo a casa para finiquitar esta excelente experiencia.



Redacción: Jorge Calpe

Fotografías: José Ángel, Miguel Ángel y Roberto










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