miércoles, 21 de junio de 2017

Bolivia, un destino para aventureros

La Cordillera Real de Bolivia ofrece todo un catálogo de grandes ascensiones por encima de los cinco mil y seis mil metros de altura. Ya desde la Paz se puede ver la imponente mole de roca y nieve del Illimani asomando por encima de la marabunta de casas apiñadas de los barrios de la ciudad.

Un destino para cada viajero. El Lago Titicaca


El país tiene una oferta excepcional de destinos donde el viajero encontrará a buen seguro aventuras a su medida. En la paradisiaca Isla del Sol, se podrá disfrutar del particular clima benigno que envuelve a esta zona del Titicaca (el lago navegable más alto del mundo), de sus vistas tranquilas sobre agua infinita a cuatro mil metros de altura, de sus templos y de sus gentes siempre ataviadas con sus coloridos trajes tradicionales. Como dato curiosos comentar que Bolivia (que ya hace años que perdió su salida al mar) continúa manteniendo una armada, ya que este inmenso lago comparte frontera con Perú y Chile.
El Salar de Uyuni
Por otro lado, más al sur nos encontramos el Salar de Uyuni, una extensión de 10.582 km² kilómetros cuadrados de pura sal que en algunos puntos alcanza los ocho metros de espesor. Se pueden contratar excursiones en todo terreno de uno o tres días por unos precios muy asequibles para el europeo en el que se incluye transporte, guía, comida y alojamiento. Decir que fue una experiencia increíble estar en estos bastos desiertos de sal y arena. Por el camino nos encontraremos con la insólita Isla del Pescado, llena de cactus milenarios que alcanzan varios metros altura. También veremos árboles de roca, lagos colorados, azules y verdes; volcanes de más de seismil metros de altura; fumarolas volcánicas, geysers, valles infinitos de rocas de mil formas diferentes y desiertos que evocan a los cuadros de Picasso (Los Relojes). Dormiremos en hoteles construidos con sal y disfrutaremos de los cielos estrellados que sólo pueden apreciarse a tanta altitud. También la altura nos atenazará con el frío de Uyuni cuando llegue la noche o nos levantemos temprano. Y para los menos adaptados a las alturas, tendrán que lidiar con las oscilaciones de altitud durante el trayecto, que van desde los tres mil a los más de cinco mil metros altura y que probablemente, dejarán algún desagradable síntoma (dolor de cabeza, nauseas, cansancio....). Para ello, nada mejor que un buen mate de coca. Como colofón, un baño en aguas termales a 37ºC nos espera casi al final del camino en un lugar que ronda varios grados bajo cero. Aunque de algo de pereza, recomiendo encarecidamente este chapuzón que te dejará como nuevo.

La carretera de la muerte

Pero no hace falta alejarse mucho de la Paz para disfrutar de grandes aventuras. Varias empresas ofrecen el Tour de la Carretera de la Muerte. Dicho tour consiste en el descenso en bicicleta por una pista (aunque los primeros 23 km es por asfalto) a través de un recorrido con un desnivel de 3000 metros que va desde un alto a más de cuatro mil metros de altitud (donde tendremos que ir bien abrigados), hasta las cálidas inmediaciones de Coroico, a poco más de mil. Los pedales servirán para apoyar los pies y poco más. Tendremos que estar atentos porque el recorrido está lleno de piedras, curvas, cascadas, ríos y cortados que no admiten ningún despiste. Los guías se encargan de tomar suficientes fotos y vídeos como para que no tengamos necesidad de sacar nuestras cámaras y así evitar distracciones mortales. No en vano este circuito tiene ya en su haber ocho turistas y cuatro guías fallecidos. Al final del camino, si no hemos podido seguir el ritmo de los demás y nos han hecho tragar mucho polvo, no hay problema. Nos espera un buen baño en una piscina y una generosa barbacoa donde reponer las fuerzas y combatir las altas temperaturas de la selva que domina estas altitudes.

 Valle de las Ánimas y Cañón del Palca

Pero si buscamos algo más tranquilo, también podemos acercarnos al Valle de las Ánimas y el Cañon del Palca donde a través de una sencilla excursión, podremos salir del tumulto y el caos de la Paz para sumergirnos en la tranquilidad de éstas áreas rurales que no suelen estar muy frecuentadas por turistas. Desde la Paz podremos llegar con el transporte público (los Puma) que en poco más de hora y media nos dejará en Chasquipampa, donde podremos coger un taxi que nos acerque a Uni. Desde aquí podemos bajar por una pista evidente hasta el fondo del Cañón de Palca.A medida que vayamos bajando y con el Illimani dominando el horizonte, se irán levantando sobre nosotros las imponentes paredes de arenisca de este impresionante cañón, donde unas impresionantes columnas con más de 50 metros de altura se alzan desafiando la gravedad. Pero en esta zona también podemos visitar el Valle de las Ánimas, conformado por una formación montañosa también de areniscas que se levanta sobre un collado, dominando la Paz. Conforme nos acercamos podremos ir apreciando las columnas esculpidas en las paredes, donde el agua y el viento se han encargado de dibujar curiosas formaciones errantes. De hecho, el nombre del valle proviene no sólo por la forma fantasmagórica de sus laderas, sino también porque en los días de viento (que suele ser la mayoría en este collado) se oyen murmullos de almas en pena, como consecuencia del paso del aire por las acanaladuras y resquicios de la montaña.


La cultura de un país en el que cambiamos el rumbo de su historia

Potosí y la casa de la moneda

Pero Bolivia también tiene otros lugares que si bien no representan un aventura para el viajero, son imprescindibles para empaparse de la esencia de un país que tuvo en su seno la ciudad más rica del mundo. Por ello es de obligada visita la ciudad de Potosí y su casa de la moneda. Allí podremos ver gráficamente cómo desde hace más de 500 años que el dinero mueve el mundo. La obra de ingeniería desplegada para acuñar monedas españolas es espectacular para la época. Toda la maquinaria que hay allí tardó 14 meses en transportarse, cruzando el atlántico y parte del continente. También aprenderemos algo de la historia de las monedas, de la avaricia de la corona española, de los esclavos que trabajaban día y noche fundiendo metales cuyos vapores les causaban más pronto que tarde la muerte, del origen del símbolo del dinero ($) y de otras cuestiones que sonrojarán a aquellos paisanos que inviertan su tiempo en escuchar las explicaciones del guía.

Las minas de Cerro Rico


Pero si esta es la parte más pudiente de esta ciudad y nos habla de las riquezas de un imperio, también tenemos obligación de visitar el otro lado de la moneda y de la ciudad: las minas de Cerro Rico. Estas minas han sido explotadas (o más bien expoliadas) desde que se colonizaron los territorios indígenas y hoy en día, gracias a la lucha de la clase minera, han conseguido mantener la autonomía en la explotación mediante la constitución de una cooperativa. Así que los mineros de Cerro Rico no trabajan para nadie, sino para sí mismos. Esto tiene un lado positivo, pero también un lado negativo en un país tan pobre: las condiciones de trabajo son terribles. Para conocerlas, lo mejor es contratar una visita guiada que por unos 100 bolivianos nos permitirá conocer de primera mano las condiciones de trabajo de la mina. Antes de entrar, pasaremos a comprar detalles para los mineros: desde cartuchos de dinamita, cascos, botas, hasta hoja de coca o refrescos. Estas dos últimas cosas es lo que recomiendan llevar durante la visita, y regalarlo a los mineros que nos encontremos. Pero no va a ser una visita agradable. Cerro Rico se encuentra a casi cuatro mil metros de altura y hace un frío considerable en las inmediaciones de la mina. Pero conforme nos vayamos adentrando en sus galerías la temperatura irá subiendo. Al principio será cálida, hasta confortable... pero pronto la temperatura y los vapores de sulfuros comenzarán a hacernos sudar y a dificultar nuestra respiración, la cual se irá acelerando conforme avancemos por las estrechas galerías sumidas en la oscuridad (en algunos puntos no llegan al metro de altura) mientras observamos los precarios entibados de las paredes y techos (con algunos maderos partidos ya de la presión), esquivamos las carretillas de hierro armado que cruzan a toda velocidad empujadas a mano por los mineros o tratamos de no resbalar y caer en los tramos inundados de las galerías. Cuando lleguemos al punto donde trabajan los mineros, ya hará tiempo que tendremos ganas de salir mientras recorre nuestra frente una espesa película de sudor. Si teneis suerte como fue en nuestro caso, podreis ser testigos de cómo realizan los trabajos de excavación, consistentes principalmente en detonaciones con dinamita y mecha clásica.

Hasta siete cartuchos vimos colocar de forma secuencial. Una vez estuvo todo listo, nos alejamos unas cuantas curvas hasta que empezó el festival dedetonaciones. Una, dos, tres... hasta siete. Apenas hacían un ruido sordo, casi imperceptible, pero que martilleaba en los tímpanos por la sobrepresión repentina de cada detonación. Dos horas duró la visita, suficiente para conocer de primera mano las condiciones de aquellos mineros bolivianos de Cerro Rico. Antes de salir visitamos al “Tío” que es como llaman al dios de la mina. Se trata de un auténtico engendro, confeccionado con barro y pintado de vivos colores, dotado con un erecto pene de unos 40 centímetros y sentado a horcajadas (con tanto miembro no podría ser de otra manera) en una de las galerías de la mina. Con las manos palma arriba, dispuesto a recoger las ofrendas de tabaco, coca y alcohol que ofrecen los mineros, el “Tío” cuida de la vida de los mineros y les previene de las adversidades. Para ello, le colocan un cigarro en la boca. Si el “Tío” fuma y el cigarro se consume hasta el final, ese será un bien día. Por el contrario, si el cigarro se apaga, cualquier cosa podrá pasar ese día. Para terminar el rito y las plegarias al “Tío”, se brinda con un chupito de alcohol... pero no vale un orujito normal. Se trata de alcohol de 99º que te deja la garganta como un brasero. Si sobrevivimos al brindis del “Tío”, podemos continuar nuestro retorno hasta el exterior. Al margen del tono más o menos desenfadado de la visita, la realidad es muy cruda. Muchos de los mineros son menores de edad. Trabajan a turnos de 12 horas y muchos de ellos mueren por silicosis., aparte del riesgo de trabajar en una mina que como ya nos dijo la guía que nos acompañó en la casa de la moneda “está al borde del colapso”
Para desengrasar la visita a las minas, recomiendo volver a La Paz vía Sucre, la capital de Bolivia, donde podremos disfrutar de la activa vida nocturna de la ciudad o visitar el espectacular mercado central.

Las montañas de Bolivia

Pero Bolivia ofrece la gran aventura para aquellos montañeros que desean desafiar la barrera de los 6.000 metros de altura. Son varios picos los que coronan el cielo a esas alturas. El volcán de Sajama representa la mayor altitud del país, con 6,458 metros. Pero en la Cordillera Real, es el Illimani el que alcanza la máxima altitud con sus 6.438 metros. También están el Illampú, Ancohuma, Parinacota... pero sin ninguna duda es el Huayna Potosí el seismil más famoso de todos por su accesibilidad.
En la calle Sagarnaga de la Paz podemos encontrar múltiples agencias que ofrecen expediciones guiadas a la cumbre de este pico. La infraestructura creada alrededor, las carecterísticas de la zona y el saber hacer de muchos años han permitido consolidar esta ascensión y ofertarla como una de las grandes actividades del país. Y es que se trata de uno de los seismiles más accesibles y el más económico del planeta. Por unos 1200 bolivianos (unos 170€) nos proporcionarán la infraestructura necesaria para afrontar esta aventura. Pero no hay que olvidar algo muy importante: a la cumbre llega uno con sus patitas, por mucho que te faciliten todo lo demás.

El Huayna Potosí



Mi compañero Nitu y yo habíamos contactado previamente con la agencia Huayna Potosí, a través de unas recomendaciones de unos amigos. La agencia está regentada por Hugo Berrios, un experimentado alpinista sexagenario que además es médico de emergencias, lo cual nos pareció muy interesante. El ratio de esta agencia (desconozco el de las demás) es de un guía por cada dos clientes. Íbamos a dedicar una semana entera a subir varios picos. El Huayna era el más alto de ellos, pero en la lista también estaba el Pequeño Alpamayo y el Pico Austria. Lo dejamos todo cerrado para empezar unos 12 días después de nuestra llegada. Nuestra idea era aclimatarnos primero a la altitud visitando diferentes rincones del país, el cual se encuentra sobre el segundo altiplano de mayor altura del planeta. Así lo hicimos. Estuvimos en Uyuni, Potosí, Sucre, el Valle de las Ánimas... hasta que por fin el lunes quedamos en la agencia para preparar el material. 
 

En la agencia disponen de todo necesario para realizar la ascensión, desde el material más técnico, como son piolets o crampones, hasta la vestimenta. Nosotros decidimos llevarnos la vestimenta desde España y recurrir al prestamo del material técnico a través de la agencia y así no sobrecargar los equipajes. Mi recomendación no obstante es que si se va de propio a Bolivia a hacer montaña, se lleve todo el material personal posible (si se dispone de él), ya que la calidad de la ropa y del material técnico es muy variable.
La ascensión se articula en tres jornadas. La primera subes en coche al refugio de la agencia, que se encuentra a unos 4.700 metros. Esta en particular tiene el suyo propio (Refugio Huayna Potosí). Esa misma tarde haces una práctica en el glaciar viejo para familiarizarte con el material técnico y las maniobras básicas de progresión glaciar. También la excursión (de unas 3 horas en total) sirve para aclimatar. Por la tarde se regresa al refugio y se cena. Al día siguiente desayunas y con la calma preparas la mochila. Se come y se parte antes de las 14h, con el objetivo de llegar a media tarde al Campo Alto (5.300 metros). La tercera jornada empieza a media noche. A las 00:00 am te levantas, desayunas y sales hacia la cumbre. Si todo va bien, se hace cumbre al amanecer. Ese mismo día regresas al refugio y a la Paz.
Nuestra ascensión

Nuestra ascensión más o menos siguió el mismo patrón, aunque con los detalles que comentaré a continuación.
Cuando llegamos al refugio de Huayna Potosí, la zona estaba más o menos como uno espera. No había nieve todavía y el enclave, rodeado de un embalse de agua, permitía disfrutar de un paisaje más o menos bucólico. Sin embargo las nubes ya habían envuelto el Huayna y no dejaban ver más allá de las montañas más inmediatas. Nuestro guía asignado se llamaba Roque, un quechua de unos treinta y pico años, bastante alto para ser boliviano y de carácter tranquilo. La excursión al glaciar transcurrió con normalidad, aunque ya allí empezaron a caer los primero copos de nieve. Nada alarmante. Realizamos las prácticas con bastante soltura, ya que Nitu y yo teníamos experiencia previa en alpinismo en las montañas del pirineo. Regresamos a buena hora hacia el refugio. Durante la vuelta empezaron a escucharse los primeros truenos y poco después empezó a llover.
No paró en toda la tarde y conforme se acercaba la noche, aquella lluvia empezó a transformarse en nieve que fue cuajando alrededor del refugio, transformando por completo el paisaje que teníamos alrededor. La nieve vistió de blanco cada rincón. Sin embargo, todavía guardábamos la esperanza de que aquello fuera algo pasajero, tal y como aseguraban los guías.
Pero de pasajero, nada. Durante la noche siguió nevando con intensidad y soplando un fuerte viento. Amaneció con una densa niebla y con varios centímetros de nieve alrededor del refugio. Desayunamos tal y como estaba previsto y preparamos el material. Sin embargo Nitu y yo nos mirábamos con cara de pocker. Con ese temporal ahí fuera nos parecía una osadía intentar la ascensión de un seis mil, pero sin embargo los guías parecían estar tranquilos. Nos acompañaban un grupo de 8 jóvenes de venti pocos años, algunos de los cuales no tenían ninguna experiencia en montaña y mimetizaban su ánimo con el de los guías. Pero nosotros teníamos un handycap: nuestra experiencia, aquella con las que habíamos aprendido a ser prudentes y a renunciar cuando las condiciones lo aconsejaran. Y aquello parecía estar más claro que el agua. Sabíamos que hasta el campo alto podríamos llegar, ya que no se encontraba demasiado lejos y la nieve no supondria hasta ese punto un riesgo ni un obstáculo. Pero nos preocupaba las ascensión a la cumbre, ya que esperábamos que la nieve acumulada alcanzara mucho mayor espesor, dificultando la progresión e incrementando el riesgo de alud. A parte, el riesgo que suponía que la nieve hubiera tapado las grietas del glaciar y aumentara también en ese sentido, el riesgo de la travesía, aunque en eso confiabamos en el criterio de los guías.
Finalmente, ante un temporal que no cesaba, los guías nos dijeron que a las 14h partiríamos hacia el Campo Alto, independientemente de cómo estuviera el tiempo. Si mejoraba antes, saldríamos antes. A eso de las 13:40 paró momentáneamente la nieve y salimos a toda prisa. Comenzamos a caminar bordeando el embalse y siguiendo la morrena del glaciar viejo hasta llegar a una caseta donde había un hombre encargado de cobrar 50 bolivianos. En aquel momento la nieve caía de nuevo abundantemente. Continuamos ascendiendo a buen ritmo por un sendero de piedra que en aquel momento se encontraba ya con un palmo de nieve. Menos de tres horas aproximadamente nos costó alcanzar el campo alto. En aquel momento empecé a sentir los primeros síntomas del mal de altura: cansancio, cefalea y nauseas. El Campo Alto consistía en un habítáculo con dos hileras de literas y con capacidad para 10 personas. Como pudimos nos organizamos y yo me metí en un rincón para descansar y sufrir mi calvario particular. Ante aquel panorama, decidí tomarme un Edemox (acetazolamida) y empecé a beber mucha agua. Pero mi estómago se encontraba totalmente cerrado y no fui capaz de tomar nada para cenar. Pensé que mi ascensión había terminado en el Campo Alto. En esas condiciones no era sensato emprender el camino hacia la cima. Además, podía echar a perder la ascensión de Nitu, ya que el guía se vería en la obligación de volver con los dos.
Pero durante la noche empecé a encontrarme mucho mejor. El dolor de cabeza desapareció casi por completo al igual que las nauseas, aunque no recuperé el apetito. Cuando nos levantamos me sentía bastante bien y sin motivos para quedarme, así que decidí emprender la ascensión.

Salimos del refugio a la 1 am, en mitad de la oscuridad. No habían estrellas y la nieve había tapado cualquier rastro de huella. Comenzamos la travesía bordeando una ladera cubierta totalmente de nieve recién caída y con cierta pendiente. En aquel momento íbamos abriendo huella nuestra cordada (Nitu, Roque y un servidor) y aquel escenario nos transmitía una profunda desconfianza. Había puntos donde la nieve alcanzaba los 50 cm de profundidad. Al final optamos por no pensar demasiado y confiar en el criterio de los guías, los cuales nos habían asegurado que no era la primera vez que afrontaban la cumbre en esas condiciones y con éxito.
Durante el camino cruzamos pocas palabras. Los copos de nieve caían brillando con la luz de las frontales. Toda mi concentración estaba depositada en respirar profundamente. La baja presión parcial del oxígeno a esas alturas recomienda realizar respiraciones profundas y retener el aire unos instantes para optimizar la difusión en nuestros alveolos. El proceso de adaptación a la altura es complejo y no se limita exclusivamente a aumentar los glóbulos rojos de la sangre (que suele hacerlo incrementando un 1% por semana). Digamos que esa es la consecuencia final. El proceso de adaptación o aclimatación empieza con la hiperventilazión pulmonar, seguido de un aumento de la concentración de hemoglobina en sangre que al principio se consigue por concentración (nuestra sangre se vuelve más espesa) y después por la producción de mayor hemoglobina. También se aumenta la capacidad difusora de los pulmones, se incrementa la riqueza vascular de los tejidos y finalmente, aumenta la capacidad de las células para utilizar oxígeno en bajas presiones. Todo un proceso que lleva entre 4 y 8 semanas, frente a los 12 días que llevábamos haciendo turismo a alturas algo más bajas. Para que nos hagamos una idea, a 6.000 metros de altura, la cantidad de Oxígeno se reduce a un 47% del que hay a nivel del mar. Esto es debido a que la baja presión produce una expansión de los gases, como el aire. Aunque la composición no varía y mantiene un 21% de O2, la cantidad de moléculas por unidad de volumen disminuye a menos de la mitad.
Por eso nuestro paso era lento pero continuo. Las luces del resto de cordadas titilaban delante y detrás de nosotros. Al ser en total 15 personas, nos turnábamos abriendo huella. Los guías, acostumbrados a estas ascensiones y bien aclimatados, hacían gala de una fortaleza extraordinaria, abriendo camino y liderando las cordadas. Estaban en otra dimensión.

Tras superar un tramo más o menos llano, pasamos a cortar la ladera a 90º, aumentando la pendiente. Superamos varias grietas a las que llegamos a ciegas y en el punto clave gracias al talento e intuición de los guías, que se conocían el terreno como la palma de la mano. Después, una pala de 50º nos dejó en la planicie de la antecima. La nieve aquí tenía ya menos espesor y el viento arreciaba con fuerza mientras despuntaban las primeras luces del amanecer.
A lo lejos, Roque nos señalaba la cumbre de Huayna, pero yo sólo veía siluetas abstractas que resaltaban débilmente en la oscuridad. Me costaba horrores levantar la cabeza después de 5 horas caminando en un estado continuo de hipoxia. Pero por fin la cumbre comenzó a desvelarse claramente delante de nosotros. A nuestra izquierda, una pirámide de nieve, hielo y roca bien definida ponía fin a la montaña. Por delante todavía nos quedaba lo más difícil. Para alcanzarla había que superar un resalte de unos 60º que nos depositaba en la antecima donde se iniciaba la estrecha cresta cimera. Arriba arreciaba el viento y Roque nos dijo que lo más seguro era subir solo a la antecima. Poco a poco fuimos subiendo mientras las otras cordadas tanteaban aquella cresta. Cuando llegamos a la antecima, un par habían alcanzado la cumbre, así que decidimos echar el resto y culminar aquella ascensión. Tras unos 20 minutos haciendo equilibrios entre la nieve, llegamos al punto más alto del Huayna Potosí. Estábamos en la cima, a 6.088 metros de altura.


Texto y fotografías: Mario Gastón
Instagram: marioexplora





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