jueves, 3 de marzo de 2011

Trummelbach

Cuando hablamos de un descenso de compromiso, tendemos a resaltar alguna de sus facetas más extremas. Verticalidad, caudal, envergadura… es lo que da carácter al cañón. Aventurarse en estos abismos al descubierto, serpentear entre sus meandros, lidiar con sus aguas y superar cada uno de sus obstáculos es como seguir el complejo trazado de una rúbrica inimitable… la firma que da valor a nuestra osadía.

Pero… ¿qué tiene Tummelbach para que de la noche a la mañana, esté considerado como uno de los barrancos más comprometidos de Europa? No tiene grandes rápeles, su caudal que puede ser desorbitado en época de deshielo, es asumible con las condiciones adecuadas. Su aproximación es sencilla y su duración no excede las 5 horas. Y sin embargo, representa uno de los últimos desafíos barranquistas.

Es difícil dar una respuesta contundente. Quizás, para entender las particularidades de este barranco deberíamos añadir una 4ª dimensión de dificultad., la que recoge la severidad de las condiciones ambientales.

Igual que en el ámbito de la montaña está plenamente aceptado que no es lo mismo ascender una cumbre en verano que en invierno, en el barranquismo ocurre lo mismo, aunque el colectivo todavía no ha tomado plena conciencia de ello... las invernales de los principales descensos están todavía por realizar. La diferencia es que Trummelbach no tiene la opción de verano. El caudal de este cañón se alimenta de una cuenca que alcanza los 24 km2, la mitad de los cuales están ocupados por las grandes masas de hielo de los glaciares del Eiger (3.970m), Mönch (4.099m) y Jungfrau (4.158m). 20.200 toneladas de detritos rocosos son arrastrados por sus gargantas cada año. En plena fusión glaciar, las fauces del cañón son capaces de drenar 20.000 litros por segundo en forma de una abobinable lengua de agua que se abre paso a gran velocidad entre meandros y marmitas, llenando cada rincón de rabiosa espuma y estruendo. Todo un espectáculo para el ser humano. Por eso se hace necesario esperar a que bajen las temperaturas y cese la fusión glaciar para poder descender este fabuloso cañón Suizo.

Trummelbach exige de condiciones invernales para su descenso que sumado al origen glaciar de sus aguas, la oscuridad de sus pasajes más angostos y la precariedad de las instalaciones, convierte en toda una odisea aventurarse en esta garganta. Para los que vivimos a más de mil quilómetros de su cabecera, esperar sentado a que lleguen las mejores condiciones para descenderlo es complicado. Es cierto que hay una estación, la que precede al invierno que es la más oportuna. Pero de ahí a dar en el centro de la diana y acertar cuál va a ser el día más adecuado… es casi imposible. Por eso, cuando emprendimos nuestro camino y empezaron a correr los quilómetros de”la Pacheca”, fue como tirar los dados. Y sólo cuando llegamos a los pies de sus montañas, dejaron de rodar…

Con el ánimo congelado como la nieve que reposa en los arcenes, llegamos a Lauterbrunnen. Nieve, mucha nieve por los alrededores y pocas esperanzas de encontrar el barranco en condiciones. Despues de tantos quilómetros, también a nosotros se nos iba a escapar la oportunidad de conquistarlo.

Un enorme letrero de “Trummelbach Falles” nos da la bienvenida. Aparcamos a sus pies y ya caminando nos acercamos hacia al río. Durante unos instantes nos quedamos mirando el discurrir del agua. El caudal no parece tan bravo, no ruge, no hay espuma… y la placidez con la que lo vemos pasar turba nuestra paz. Estabamos más tranquilos sumidos en la derrota. Pero el caudal es viable… La idea que surge en nuestras mentes es clara: asediar la cabecera. Aunque hemos escuchado rumores de que con nieve no se puede descender, no hemos hecho tantos quilómetros para dar media vuelta sin intentarlo. Así que hacemos dos equipos. Uno se internará en las pasarelas para conocer de primera mano lo que se cuece en el interior de nuestro amigo. Amancio y yo realizaremos un reconocimiento de la aproximación he intentaremos llegar a la cabecera. Por si hay algo de cierto en los rumores, cargamos con el equipo alpino para hacer cordada si la cosa se pone fea...

Comenzamos a subir por las faldas de la montaña, siguiendo la senda excavada en la pared, acompañada de una sirga de acero a modo de barandilla. La progresión se hace cómoda y aunque a medida que vamos ganando altura la nieve suma espesor, ni si quiera vemos necesario calzar los crampones. A los 40 minutos de ascenso, la senda cambia el sentido de la pendiente y comienza a descender. Casi sin darnos cuenta, nos encontramos bajando directos al cauce. A los pocos minutos, nuestros pies dejan de pisar nieve para hacerlo sobre metal. Es el puente que cruza el barranco. El cauce queda unos 20 metros por debajo. Continua y se pierde en la oscuridad de estas imponentes paredes, acompañado de un bramido que se disipa en la oscuridad de las paredes. Amancio y yo nos miramos mientras una sonrisa se dibuja en nuestras caras heladas…

Regresamos siguiendo nuestras huellas y al reencontrarnos con nuestros compañeros no podemos contener nuestro entusiasmo. Intercambiamos impresiones sobre lo que hemos descubierto y sin demasiado debate, decidimos atacar al día siguiente. La información del interior del descenso es alentadora. Las previsiones de mañana son de una drástica bajada de temperaturas. De repente, todo parece tan buen que es casi inquietante.

-15ºC. Eso marca “la Pacheca” (la furgo de Nacho) a primera hora de la mañana. Todavía entumecidos por el frío, comenzamos el ascenso a la cabecera, lo que nos ayuda a entrar en calor. Por el camino, observamos como han aparecido chupones nuevos y coladas de hielo recubriendo paredes que ayer estaban al descubierto. Una vez en el puente, nos asomamos al cauce. Entre las sombras de las profundidades, brilla el hielo recubriendo parte del cañón. Esto no estaba ayer…

Nos equipamos y comenzamos a bajar. Encontramos la cabecera justo bajo la estructura del puente. Uno a uno, nos adentramos en este pequeño abismo que nos deposita en la primera marmita. El primer contacto con el agua es terrible… está fría como el demonio. En el rapel un crampón me cae al fondo de la poza. Mierda... Me toca sumergirme en el agua para poder recuperarlo. Hasta en tres ocasiones lo intento, sin fortuna. En un último lance, un dedo consigue engancharse entre sus correas. Ya es mío… Pero el esfuerzo no ha sido gratis. Mi cara está helada y apenas puedo articular palabra. Hasta me cuesta respirar.

A continuación sigue un resalte fácil. Más adelante, un estrecho pasillo cubierto de hielo se precipita en la oscuridad. Por la derecha, a unos 4 o 5 metros de altura se aprecia una repisa. Puede que esté ahí la instalación. Sin embargo, el hielo recubre toda la pared. Sin crampones es imposible llegar allí arriba (ya veremos con ellos…). Me coloco los hierros y trepo como una babosa coja hasta encontrar un sitio cómodo. No es fácil porque las paredes están muy pulidas y el hielo no tiene suficiente espesor como para pincharle. Pero el piolet se encuentra con una una milagrosa regleta que me ayuda a subir. Arriba busco pero no encuentro nada. La repisa se prolonga varios metros más, pero no parece lógico ir tan lejos. Mientras trato de localizar el anclaje, las primeras estructuras de hielo empiezan a caer rompiendo a nuestro alrededor. El día no va a ser tan fresco como la noche… Al asomarme a la vertical, veo tras un pequeño espolón, una anilla cubierta de una espesa capa de hielo. Picando con el piolet, la sacamos al descubierto e instalamos el primer rápel. Hemos perdido unos 15 minutos y como todo sea igual…

Continuamos salvando un tobogan, para después superar un rápel sobre un tronco empotrado que nos somete a una refrescante ducha. Después, un pasillo estrecho desemboca en un sector donde el barranco se abre al exterior, entre las imponentes paredes calizas. De nuevo hielo y nieve nos acompañan entre las aguas glaciares. Tratamos de llevar un buen ritmo para que el frío no termine de calarnos en manos y pies, pero es casi imposible. Maniobrar con las cuerdas congeladas es odioso. Al pasar por nuestros dedos, el frío nos cala hasta los huesos.

Continuamos salvando resaltes, rápeles, pasillos y marmitas. En ocasiones la localización de los anclajes se hace realmente complicada por la presencia de hielo o por su sorprendente ubicación, casi siempre a salvo de crecidas. Las instalaciones, en su mayoría monopuntos, se encuentran ubicadas muy cerca de la vertical. Con la superficies cubiertas de verglass y moviéndonos de forma casi independiente, asumimos más compromiso del que deberíamos. Cada dificultad es como una huída a la desesperada. Nuestros pies empiezan a acusar el agua glaciar (1ºC). El frío hace que los mosquetones no abran, que las cuerdas se vuelvan duras como palos y que los cierres de las mochilas queden inutilizados.

Llegamos a los rápeles de acceso a los oscuros. Encadenamos una serie de repisas laterales que terminan en la cabecera de un R40. Al llegar a la reunión colgada, esperamos a que llegue Amancio. De repente escuchamos unos gritos. Hay problemas. Amancio, mientras trataba de alcanzarnos, ha resbalado en una placa de hielo, cayendo sobre la vertical. Por fortuna ha quedado colgando de la cuerda que permanece anclada al “palomar”. Con el gesto desencajado, consigue llegar hasta nosotros. Pero no hay tiempo para contar esta batalla. En este punto el frío se siente con más intensidad. Nacho y yo que ya estamos tiritando continuamos bajando hasta una marmita lateral que ahora se encuentra seca… es casi un oasis de paz en mitad del infierno. A escasos metros el agua se precipita violentamente en una especie de geiser horizontal, estampándose contra la pared y callendo sobre una marmita colmada de hielo. Tras recuperar las cuerdas, saltamos a la poza y salimos como podemos de esta gigantesca copa granizada.

Click … llegamos al inframundo. Encendemos las frontales. De repente la oscuridad invade las entrañas del cañón. Las paredes se elevan hasta perderse en la nada, alejando cualquier atisbo de luz. Avanzamos entre penumbras, bajo rápeles que escupen agua helada a nuestras espaldas y entre perturbadoras marmitas que nos quitan el aliento. Los rápeles más sencillos los miramos con auténtico espanto… El hielo desaparece para reaparecer a los escasos metros. Algunas reuniones se encuentran sobre plataformas heladas tan resbaladizas que se hace necesario colocar las mochilas para no resbalar. Algunos rápeles se pierden en la oscuridad, más allá de nuestras frontales aguardando sorpresas en cada recepción… ir de primero nunca sale gratis.

Por fin nos reencontramos con la luz en un tramo donde las paredes toman distancia. Reaparece el hielo en las cascadas recubriendo como un spray la base de las marmitas. La nobleza y el espectáculo de algunos pasajes pasa desapercibido a nuestros ojos que sólo saben mirar hacia adelante. Sin duda este no era el barranco que vimos ayer. El hielo y el agua, que ahora corre con más fuerza por la fusión diaria, han modificado el barranco. En algunas pozas, el hielo batido es tan espeso que apenas nos deja movernos. El esfuerzo de superarlas, sumado a las congelaciones que ya sufrimos en los dedos nos sume en un auténtico calvario en esta recta final.

Llevamos unas 5 horas de actividad, sumidos en el intenso frío de este particular noviembre suizo. Cualquier accidente en Trummelbach tendría difícil desenlace, así que extremamos la prudencia. Por fin, al fondo, en el espacio que queda entre las paredes descubrimos la silueta de una montaña. Es el último pasillo antes del rápel final. Al asomarnos ya podemos ver a Jorge esperándonos impaciente. En la marmita final todavía el hielo nos pone las últimas trabas, obligándonos a romperlo a base de puñetazos para poder llegar a la orilla.

No se si hemos aprendido algo de este descenso. Nacho, tras varias semanas todavía no había recuperado la sensibilidad de las manos. A mi me bastaron unos 10 días… algo más costará olvidar los pasajes más oscuros de esta aventura.

Y es que todos los barrancos tienen su temperamento. Nuestra experiencia no será comparable a la de cualquier otro equipo que se tercie a entrar. El caudal, la temperatura, el equipo… el destino. La suma de todo hará que sea más fácil o incluso imposible. Suiza todavía tiene auténticos desafíos de agua y hielo que sin duda, no defraudarán al más osado, así que…

…que rueden los dados.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Oleee vuestros huevos! menuda aventura, enhorabuena a todo el equipo!!

Pich

MIRAVAL dijo...

Auuuuuuuu!!!...Impresionante Aventura que no podía ser mejor contada...Espectacular...Enhorabuena por tan gran hazaña en semejantes condiciones y Mario nuevamente lo he vivido como si hubiese estado allí, eres un crack!!

Un abrazote,
Móni

Héctor dijo...

da gusto leerte...creo q no hace falta decir nada mas, chapó!!!

Victor dijo...

Gran actividad e impresionante relato.

Anónimo dijo...

Joerrr!!! una gran aventura al igual que la crónica. ...chapo a todos los miembros del equipo.

Arturo.