lunes, 11 de mayo de 2009

La Odisea de Hongares, un nuevo barranco en nuestras tierras.

A veces nuestros instintos nos empujan a salir de nuestras tierras en busca de nuevas emociones. Siempre he dicho que por suerte o por desgracia, conozco mejor los Pirineos que los macizos de nuestra Comunidad. Y eso hace que despreciemos de forma algo injusta toda la aventura que queda oculta entre la jara y coscoja, y bajo los pinos rodenos de nuestras montañas valencianas.

Y así es como un día de domingo, tras visitar las pinturas rupestres de la Cueva de la Araña, la curiosidad me empujó un poco más allá, donde el agua rompía en pequeñas gorgas con un rumor convertido en canto de sirena y yo, un Ulises despistado que bajo aquel influjo de seducción melodiosa, siguió las gorgas aguas abajo, hasta dar con un fascinante salto de agua todavía inexplorado.

Pero el influjo de aquella melodía no se detuvo en la distancia y pocos días después, también atrapó en sus redes a nuestro compañero Jorge (El Rey) quien tampoco pudo resistirse a la tentación de aquella música llena de sensaciones.

Y como si fuera una pandemia (tan de moda hoy en día), el embrujo llegó hasta Vinalesa, de la mano de las endrinas y de la sed de aventura.

Y así es como embarcaron en Argos (que hoy no navegaría por océanos, sino por mares de asfalto con cuatro ruedas), Jasón y los Argonautas, dispuestos a rendirse al embrujo de las aguas una vez más, acompañados por Atalanta (Ana), la única mujer de la expedición que según la mitología, era famosa corredora. Reunidos pues los Argonautas, se hicieron a la mar (GR237), en dirección a la Cólquida (Pico Caroig).

Al contrario de la mitología, y por desgracia para nosotros, no encontramos la isla de Lemnos (donde sólo habitaban mujeres). Pero comenzamos a escribir nuestra propia historia (ya, yo también prefiero la isla).

Así que el sábado9 de mayo, un grupo de fornidos exploradores se adentró en las salvajes de tierras del Caroig en busca de nuevos tesoros.

Al principio, comenzamos caminando por el GR237 que llega hasta el Caroig a través de una senda bien marcada que discurre entre agrestes parajes con muy buen ambiente. Tras casi una hora de caminata, llegamos a lo alto de una loma coronada por un cortafuegos, donde ya se puede apreciar la pista forestal que va hacia el Caroig. En este punto (casa de Hongares) abandonamos la senda y nos dirijimos hacia el cauce a través de una zona repoblada recientemente. Nos despedimos de Ana, la corredora.

Al poco nos encontramos con el codiciado barranco, que aquí no es más que un riachuelo de aguas transparentes que discurre entre gleras y vegetación más o menos cerrada. La imagen contrasta con el final del barranco, donde hemos visto que el agua ya no corre… y por eso nos hemos dejado los neoprenos (los cantos de sirena, que nos han dejado atontados).

Así que al más puro Indiana Jones, armados con tijeras, serrucho y con los pantalones arremangados hasta la rodilla, nos aventuramos por la jungla mediterránea… hasta que en la primera poza nos toca mojarnos hasta los… la cintura.

Algunos destellos de barranco encajado dan lugar a pasillos salvajes invadidos por la maleza. Pese a todo, el uso de tijeras y serrucho no se hace necesario. Avanzamos en busca de nuevos rincones y de verticales que den envergadura al descenso, pero los estratos a contrapelo que atraviesan las aguas, nos conducen por largas ramblas de fuerte pendiente y característico color pistacho. Al romper el estrato, forman amplias badinas de profundidad variable y verdes intensos que amenizan el descenso y nos hacen padecer las frías aguas del Caroig.

La expedición, a buen ritmo, espera impaciente nuevas dificultades sin saber si quiera si existirán, pero finalmente termina la rambla ye n un quiebro del cauce aparece la primera dificultad. Un salto de 5 metros a una poza extraorinaria. El júbilo se contagia entre los Argonautas… tal vez las sirenas se encondan en su interior?

Uno a uno, vamos vamos saltando a la poza, bautizándonos simbólicamente como aperturistas de nuestra tierra y las reflexiones existenciales comienzan a aflorar. ¿Seremos lo primeros en descubrir este rincón? Sin duda es sintoma de la fiebre del embrujo.

A partir de aquí la maleza es cada vez más exigua y el entorno que nos rodea, nos va regalando destellos de rincones que, pese a no ser extraordinarios, amenizan el descenso dándole cierto interés. No olvidemos que esto no es el pirineo…

De nuevo, aparece otra dificultad, que decidimos equipar con naturales y que conforma el primer rápel del descenso. Un rincón realmente bello y que sacia de alguna manera, las ansias de conquista de la expedición. Badinas, toboganes rasposos y tramos rocosos nos conducen de nuevo a la senda, que marca el punto de inicio del tramo final. A partir de aquí el barranco está más trabajado, y pese a que los baladres conquistan parte del cauce, la progresión se hace fácil y sin demasiados problemas. Un nuevo rápel, que esta vez equipamos con una placa nos conduce a hacia los resaltes previos de la recta final, marcada por las pinturas rupestres de la Cueva de la Araña. Parada obligada para contemplar la famosa escena de recolección de miel y continuamos explorando.

El ambiente del barranco gana enteros. La roca está bien trabajada, y el horizonte se pierde en un vacío que nos hace sospechar que algo extraordinario nos aguarda. Pero antes, un rápel de unos 6 metros nos obliga de nuevo a sacar el martillo y el buril para poder continuar la odisea.

Superada la dificultad, el barranco se repliega entre retorcidos estratos travertinos que mueren en un abismo de 50 metros. Asegurados a un puente de roca, nos asomamos a este mirador natural que evoca a los tiempos prehistóricos y nos hace soñar con nuestros antepasados, pues seguramente este rincón conserve intacto parte del encanto que también embrujó a los que aquí habitaron 8.000 años atrás.

Poco a poco vamos superando este magnífico rápel, dando por concluida la odisea.

Interés deportivo, interés cultural.

Al margen de que la experiencia personal de explorar un barranco, siempre engrandece las sensaciones, debemos ser modestos y reconocer que el barranco por si sólo no tiene demasiado interés deportivo. Sin embargo, si valoramos la actividad en conjunto, podemos destacar los siguientes alicientes:

Acceso por el GR237: Se trata de un sendero de largo recorrido enclavado en el Macizo del Caroig y que puede articularse en 15 etapas.

Descenso: Si bien la continuidad del barranco es insuficiente, durante todo el descenso se van intercalando parajes de singular belleza que amenizan la progresión, todo ello gracias al discurrir del agua, un elemento muy destacable ya que pocos barrancos nos permiten disfrutar de gorgas tan amplias y cascadas tan bellas como este. Además, el último tramo alberga unos de los rápeles más singulares de la comunidad, de 50 metros de altura y gran ambiente.

Pinturas Rupestres: Las pinturas rupestres de la Cueva de la Araña son unas de las más conocidas del mediterráneo europeo. Este arte corresponde a las primeras sociedades productoras de nuestras tierras, con una cronología aproximada de 6.000 años antes del presente. El arte rupestre Levantino fue declarado por la UNESCO en 1998 Patrimonio de la Humanidad. Además, la Cueva de la Araña, contiene una de las representaciones más famosas en todo el mundo, la recolección de la miel.

Todavía puedo escuchar los cantos de sirena que endulzan mis oídos y me empujan de nuevo hacia aquellas tierras prehistóricas… pero quien sabe si quizás, sean otras aguas de donde emanan los embrujos melodiosos de nuevos arroyos inexplorados.

2 comentarios:

Victor dijo...

Epica hazaña acompañada de epica cronica y fotografias para la historia. Me ha gustado mucho.

jero dijo...

Por los dioses del Olimpo, que si queda un barranco sin explorar en Valencia.... Tracalet lo buscará!!!

Con la ayuda de Artemisa... veremos el rapel desde la "repisa".
Con la gracia de Afrodita... nos bañaremos en la "marmita".
Por Zeus, Neptuno y Plutóon... que no se nos parta el "mosquetón".

Alaaaaa!!!!!

Buen artículo, a pesar de no estar en monte Olimpo