viernes, 4 de enero de 2008

Travesía de Fin de Año: Praderas de Ordesa - Cotatuero – Descargador – Goriz – Praderas.

Uno siempre espera entrar en el nuevo año de forma original y diferente. Esta vez, seguramente bajo el resopón de alguna cena regada en patxarán (de la que ya no albergo ni el vago recuerdo) habíamos decidido poner fin al 2007 a los pies de unos de los valles más emblemáticos de toda España: El Valle de Ordesa. Ni que decir que para mí se trata del espacio natural más relevante de todo Aragón, y por extensión, de toda la península.

Oficiosamente entrados en fechas invernales, organizamos una travesía con origen en las Praderas de Ordesa que torcía hacia el Norte raudamente a través de las expuestas clavijas de Cotatuero. A partir de aquí y en función de las meteorología pasada, presente y futura, nos perderíamos por una ruta u otra, más o menos larga, más o menos alta, pero con paso obligatorio por el famoso Refugio de Goriz.

Por la mañana, tras un moderado madrugón más cercano al espíritu Tracalero que al montañero, desayunamos copiosamente en nuestra cálida casa de Torla y marchamos hacia el Valle. Crampones, piolets, bastones, polainas, tiendas de campaña, infernillos… cargados con todo lo necesario para hacer frente a una noche en los altos de Ordesa, aunque todavía sin saber exactamente donde.

La temperatura en las praderas era de unos -6ºC a eso de las 10 a.m. cuando ya había amanecido en los picos más altos. Tras abrigarnos y vencer el perezoso frío de los inicios, comenzamos la marcha en dirección a las famosas Clavijas de Cotatuero. Para la ocasión, arneses y cabos de anclaje nos ayudarían a superar esta dificultad nueva para todos los integrantes. Pronto un cartel nos desvía hacia el Norte a través de un tupido bosque por el que vamos ganando altura rápidamente. A escasos metros, los primeros rayos de sol se van acercando a las copas de los pinos, pero en la siguiente revuelta los volvemos a perder. Tras casi una hora, el frío ha quedado atrás y empieza a sobrar alguna prenda. Ahora ya siguiendo de cerca el barranco que da nombre a las clavijas (Bco. de Cotatuero) se intuye una amplia faja vertical que habrá que superar más adelante, donde intuimos, nos esperan las verticales clavijas.

Sobre las 12:30 a.m., al abrigo de unos tenues rayos de sol que sortean el arbolado, decidimos hacer una parada para almorzar. Vamos bien de tiempo y los estómagos empiezan a inquietarse. Tras la parada, emprendemos la marcha y en apenas 20’ desaparece la senda y los árboles, sustituidos por los primeros espolones rocosos que ya hay que sortear con pies y manos. Las clavijas están cerca.

Tras superar unas decenas de metros, aparecen por fin las primeras clavijas de hierro ensartadas en la roca a través de un diedro a la izquierda, fácil y adornado con algunos carámbanos en su techo. Más arriba se puede divisar el tendido de acero que nos guiará de forma segura por el resto del pasaje. Es hora de ponerse el arnés.

Las clavijas, con el equipo adecuado se pueden sortear con toda seguridad. No obstante, se trata de un tramo muy aéreo que pondrá a prueba nuestros nervios en los pasos más expuestos.

El Sol nos acompaña en este tramo, lo que magnifica el momento. Todos conseguimos superar las clavijas sin más dificultad, culminando la travesía en una magnífica cascada helada. Foto obligatoria de grupo.

Tras tomarnos un respiro, continuamos la travesía pensando que lo difícil ya ha pasado… (…ignorantes).

Tras llegar a los primeros llanos, la nieve hace por fin acto de presencia. Nos dejamos guiar por las huellas de unas raquetas de nieve, pero pronto nos damos cuenta de que ese camino se ciega en un circo, así que remontamos por la izquierda tratando de sortear la siguiente faja. A través de unas graveras incómodas, pero señalizadas con varios mojones, vamos ganando cota y conseguimos acceder a la siguiente grada.

Unos amplios llanos se abren delante de nosotros. El piso se encuentra cubierto de nieve que en algunos lugares alcanza gran profundidad. Son las 16:30 y arrecia un frío viento del norte, acompañado de nieve polvo en sus incordiantes ráfagas. En lo alto, el mismo viento arrastra algunas nubes negras, que van ganando tamaño a medida que avanza la tarde. Vamos tranquilos, pues el pronóstico es bueno… pero la noche llega demasiado rápido.

Sin apenas referencias claras, conseguimos divisar a lo lejos la mítica Brecha de Rolan, lo que nos da una idea de nuestra posición… demasiado lejos para llegar a las cálidas paredes de Marboré, lugar ideal para refugiarse de los vientos del norte. No obstante, decidimos continuar en nuestro empeño de acercarnos un poco más a las paredes de la cara Sur. Sin embargo, la nieve se hunde medio metro cada vez que damos un paso y el ritmo se hace muy lento. El crepúsculo se cierne sobre los valles, y las penumbras comienzan a ganar terreno. Es hora de buscar un lugar donde pasar la noche.

Bajo las faldas del descargador, en un lugar todavía incierto, encontramos bajo un espolón, en el fondo de una vaguada, un lugar a refugio de los vientos. La base es estrecha, no llega ni para una tienda, pero entre los 6, conseguimos hacer sitio excavando en la nieve con platos y cacerolas. Ya con las frontales puestas conseguimos montar dos tiendas que afianzamos como podemos con piolets y bastones, pues la nieve está tan blanda que las piquetas no sirven para nada. Nos toca descartar una de las tiendas por este mismo motivo, la cual dejamos para proteger nuestras mochilas.

Poco a poco vamos entrando en las tiendas de forma ordenada para que no entre la nieve y pasar la noche en las mejores condiciones posibles. Yo me encuentro más cansado de lo normal… me he subido a la travesía con una inoportuna e incipiente gripe.

Son las 20:00 h cuando por fin, ya todos metidos en nuestros sacos, decidimos dormir a la espera de que al día siguiente la situación mejore. No tenemos ganas ni de hacernos la cena y nos comemos un bocadillo que todavía nos queda.

Durante la noche no ha parado de nevar. De vez en cuando el viento deja caer sobre las tiendas la nieve acumulada en las paredes. Se trata de una nieve muy fina, poco consistente pero que ha estado cayendo de forma regular desde que anocheció. Son las 9 a.m. y el día ha levantado tan arisco que a ninguno se le ha ocurrido salir ni tan siguiera para orinar. Como podemos, nos preparamos algo caliente, fundiendo cazos de nieve para prepararnos algo de desayuno. Nada mejor para templar el cuerpo.

Por fin a las 10 los primeros rayos de sol llegan a la tienda. Aunque con pereza, vamos saliendo de las lonas y reorganizando nuestro material. Las botas se encuentran heladas, y con nieve en su interior. Plegamos las tiendas como podemos y por fin iniciamos la marcha, tras hacer recuento de piolets, crampones y bastones, pues parte de ellos han aparecido enterrados bajos la nieve. Es impresionante ver el paisaje con el que ha amanecido. La nieve levanta sobre la base de nuestras tiendas casi dos palmos. Si ayer fue difícil caminar, en estas condiciones es de esperar lo peor.

Decidimos que lo más rápido es ir a Góriz por los llanos que hay más abajo y desde allí, regresar a los coches por el fondo del Valle.

Dicho y hecho, descendemos buscando las planicies que hay más abajo. En unos minutos, la niebla va perdiendo densidad y el sol ganando terreno. Pese a que el viento sigue soplando a rachas moderadas, el día ha mejorado considerablemente y cada minuto que pasa, va ganando claridad.

Tenemos que seguir progresando por la nieve recién caída. Nos vamos turnando los primeros, ya que el trabajo de abrir huella es agotador.

Poco a poco, vamos ganando metros. Los ánimos, impulsados por la claridad del día, parecen haberse repuesto. Finalmente, a lo lejos divisamos la silueta de dos montañeros que vienen caminando desde Goriz. Tras cruzar unas palabras con ellos y confirmar que no ha nevado en este sector de Ordesa, continuamos nuestra marcha imparable hasta el refugio. Cada vez hace más calor. Parece que lo peor ya ha pasado… pero no…

Siguiendo las indicaciones de unos hitos de piedra, intentamos sortear un tramo mixto de fuerte pendiente. Cuando llego (voy el último), veo que Jero ya ha llegado abajo. Sabía que iba más lento de lo normal, pero el ver a Jero abajo del todo me deja algo perplejo… joder, si que estoy mal! – Pienso para mí. Incluso se ha quitado la mochila… para esperar a que bajemos! Pero más tarde Víctor nos informa de que Jero no ha bajado como los demás… eso lo explica todo. Unos minutos más tarde, Chabela decide bajar por la “Vía ¡Jerónimo!” y en breves segundos nos adelanta y se encuentra con nuestro fugaz compañero. Yo, que me siento más conservador, decido lanzar mi mochila primero… no estoy para rebozarme en la nieve. Jorge decide hacer lo mismo, pero su esterilla, al parecer del susto, decide tomar vida propia y enfilarse impulsada por el viento, camino arriba… hasta el infinito.

Tras “sortear” esta inesperada dificultad, divisamos por fin el refugio. En un último esfuerzo, conseguimos llegar hasta él, donde nos esperaba lo que para mi fue casi lo mejor de estos 4 días: unos revilitalizantes huevos fritos con jamón… ñam!!!

Ni que decir que tras el refugio, todavía nos quedaba un gran pateo hasta los coches… pero eso ya es de domingueros.


Amigos Tracaleros, Feliz Año 2008.

1 comentarios:

jero dijo...

Muy bueno !!! si señor!!

Al leer estas líneas, parece como si revivieses un poquito la travesia. Por cierto, que leche me di!!

Te paso unos datos curioso-histórico, por si los quieres incluir:
"A finales del siglo XIX, antes de que Ordesa fuera declarado parque nacional, el valle era uno de los cazaderos más famosos del norte peninsular en el que las piezas más codiciadas eran los corzos, los sarrios y los bucardos (cabra montés pirenaica). El trayecto seguido por los cazadores partía del pueblo de Torla, subiendo hasta la pradera de Ordesa, continuando por un frondoso bosque de pinos y hayas. Hasta llegar al circo de Soaso, los cazadores veían cómo sus escurridizas piezas se escapaban por unos escarpados pedregales hacia el lugar ocupado actualmente por el refugio de Góriz. Con el fin de poder continuar la persecución de los animales, los cazadores encargaron al cerrajero de Torla la instalación de unas clavijas en el circo de Soaso.
Similar historia tienen las clavijas de Cotatuero, instaladas por el herrero de Torla Bartolomé Lafuente y Miguel Bringola a instancias de un cazador inglés en 1881. Son un total de treinta y dos hierros entre clavijas y alguna grapa, que salvan una pared con un gran patio en el circo final de Cotatuero.
Y a ellos se les debe el origen de estas vias ferratas, luego las utilizaron los contrabandistas, y por último llegamos los montañeros."